Hacía un día estupendo, tenía
a mi nieta en casa y decidí salir un rato con ella a pasear.
No tardé mucho en arreglarla,
ponerme un vestido, pintarme un poco y salir a la calle, pero necesitaba un
café.
Me senté en una terraza y puse a mi nieta un poquito cruzada para que no le diera el sol en los ojos y mientras me traían el café, aproveché para hablar con mi hija, que siempre me preguntaba a esta hora más o menos por la nena.
Estaba de espaldas cuando escuché a la gente gritar. Me di la vuelta y no me dio tiempo, juro que no me dio tiempo, juro que no me dio tiempo, lo juro de verdad...
Me he despertado, estoy en el
hospital. Mi hija, mi marido, mi yerno, todos lloran, no sé qué pasa...
Se me parte el corazón,
quiero morirme en ese instante justo cuando mi hija me dice que la nena ya no
está, que se la han matado esos salvajes asesinos.
Ahora, mi vida rota sigue,
sin mi nieta...
Han pasado cuatro años y parece que fue ayer, jamás olvidaré lo
que pasó y sé que soy culpable, no tenía que haber salido ese día.
Sigo con las
mismas ganas de morirme, mi vida está destrozada, mi familia desecha y ellos,
los asesinos, muertos, pero me da igual, eso no me consuela, solo sé que si no
hubieran estado aquí, ahora mi nieta estaría viva y a punto de cumplir seis
años. Pobrecita...
Ayer volvió a pasar, otro atentado, hay muchos muertos y heridos.
No han hecho
nada por evitarlo y no parece que vayan a hacer nada, no quieren poner
solución.
Pronto, habrá muchos más como ellos.
Y como yo, mucha más gente
llorando.
A. S. Pérez
A. S. Pérez
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