La tristeza invadía su rostro desde hacía ya mucho tiempo. Todavía le dolía todo lo que le había pasado ayer. Pero no le importaba porque solo le pasaba a ella y sus dos hijos estaban bien. Toda la furia la descargaba con ella y eso, hasta lo agradecía…
Elena sabía que algún día terminaría de una forma o de otra esa pesadilla que le había tocado vivir y ante la que esperaba que todo cambiara algún día, que todo fuera diferente y que pudiera ser feliz.
Miraba a sus hijos ya dormidos, con una mezcla de cariño y tristeza a la vez. Los besó dulcemente y justo después de ese momento, escuchó golpes en la puerta de su casa, un portazo al cerrar y gritos de quien la llamaba una y otra vez entre insultos. Ella, como intentando evadir lo que presagiaba, cerró la puerta de la habitación de los niños y se apresuró nerviosa hasta la cocina, con la idea de servir la cena a su marido y que todo estuviera bien para no enojarlo más.
Al día siguiente, Elena ya no estaba allí, pero allá donde estuviera, ahora era mucho más feliz…
Európides
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